martes, 31 de mayo de 2016

No culpes a la lluvia.

Durante unas vacaciones en el dos mil trece llovió veintidós días seguidos. Al principio no me molestó, después empecé a preocuparme, sentirme incómodo y hasta llegué a odiarlo. En un momento, charlando con una amiga, me di cuenta que era lo que me tocaba y que había que ponerle onda, ganas o lo que sea y a la fuerza disfrutarlo.Y así fue. Al día siguiente compré un paraguas, el primero de mi vida. Creo que ahí crecí. Y me amigué con el agua en la cara, el pelo mojado y las fotos con gotitas.
Hoy me encanta hacer cosas cotidianas con lluvia, siento que le agrega un poco de vacaciones a las cosas. La gente hace todo diferente. Algunos corren, otros protestan, están los que no les importa, señoras que sacan a las plantas al balcón, muchas caras de enojo y algunas risas porque ya fue todo. Me gusta mucho ir descubriendo eso. Siempre hay que ir encontrándole la vuelta. Y en eso estamos.

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