Caminamos hasta la sala de preembarque relatándonos historias llenas de ademanes, demasiados para la hora que era. Nos contamos cosas y probablemente hayamos exagerado interés.
Ahí, como no podía ser de otra manera, el tiempo voló.
—¿Ese no es tu nombre?
No podía ser que me estén llamando por altoparlante. A mi, el rey de las situaciones controladas, previsor de previsores y maestro de los ansiosos. Efectivamente, el avión ya estaba lleno y esperando mi llegada para partir.
Nunca más volví a saber de ella. Quise saludarla por su nombre pero el apuro no me dejó. Ella sí se acordaba el mío. Y menos mal.
Nunca más volví a saber de ella. Quise saludarla por su nombre pero el apuro no me dejó. Ella sí se acordaba el mío. Y menos mal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario