miércoles, 14 de junio de 2017

LA460.

Estábamos sentados juntos pero a tres mesas de distancia. Tenía tiempo, mi vuelo era en casi dos horas. Café corto y medialunas saladas. Nos miramos, saludamos con los ojos y ella decidió acercarse. Nos presentamos, como si alguno de los dos fuese a acordarse del nombre quince segundos después, charlamos sobre el desayuno, el aeropuerto y nuestros destinos. Del viaje y la vida.
Caminamos hasta la sala de preembarque relatándonos historias llenas de ademanes, demasiados para la hora que era. Nos contamos cosas y probablemente hayamos exagerado interés.
Ahí, como no podía ser de otra manera, el tiempo voló.
—¿Ese no es tu nombre?
No podía ser que me estén llamando por altoparlante. A mi, el rey de las situaciones controladas, previsor de previsores y maestro de los ansiosos. Efectivamente, el avión ya estaba lleno y esperando mi llegada para partir.
Nunca más volví a saber de ella. Quise saludarla por su nombre pero el apuro no me dejó. Ella sí se acordaba el mío. Y menos mal.


No hay comentarios:

Publicar un comentario